Queridos amigos,
Cristo ha ascendido al cielo, y está sentado a la diestra del Padre. Esto nos da una gran esperanza. Él ha tomado nuestro humilde cuerpo humano y lo ha elevado. Unida a su divinidad, Él ha elevado nuestra naturaleza mortal por encima de los ángeles hasta el mismo trono de Dios en el cielo. Él está sentado a la diestra del Padre para interceder por nosotros. Contemplando este misterio nuestros corazones penetran en el mismo, pues Jesús dijo: "Dónde están vuestros corazones, allí estará vuestro tesoro". Cada Domingo tenemos la oportunidad de contemplar estas maravillosas verdades que elevan nuestros corazones al cielo. ¿Y el resto de la semana?
Ya que ustedes han resucitado con Cristo, busquen los bienes del cielo donde Cristo está sentado a la derecha de Dios. Tengan el pensamiento puesto en las cosas celestiales y no en las de la tierra.
Porque ustedes han muerto, y su vida está desde ahora oculta con Cristo en Dios.
Cuando se manifieste Cristo, que es nuestra vida, entonces ustedes también aparecerán con él, llenos de gloria.
Colosenses 3 1-4
Durante cuarenta días hemos estado regocijándonos en la luz de Cristo y estamos llenos del gozo de la resurrección. Al tener nuestros ojos fijos en Él nuestros corazones se elevan también a donde Él está. Sin embargo, muy a menudo nuestras inquietudes y preocupaciones terrenales nos distraen de lo que es más importante: nuestra relación con Cristo. ¿Cuáles son las distracciones para usted? ¿Cuáles son las cosas que le impiden concentrarse en Dios? ¿Qué aspectos de su vida no están de acuerdo con la voluntad de Cristo o con la enseñanza de la Iglesia? ¿Qué más puede usted hacer para poner a Cristo en el centro de tu vida?
Al preparar nuestros corazones para la venida del Espíritu Santo el próximo Domingo, en el que celebramos Pentecostés, oremos para que nuestros corazones estén abiertos a recibir los dones que Él quiere darnos.
Ven, Espíritu Santo, llena los corazones de tus fieles y enciende en ellos el fuego de tu amor.
Envía tu Espíritu Creador y renueva la faz de la tierra.
Padre Jack D. Shrum