Queridos amigos,
Cuando aquí celebremos la Misa este Domingo, la Misa del la Jornada Mundial de la Juventud en Brasil con millones de participantes ya habrá terminado. Seguramente la gracia de ese evento va a resonar en todo el mundo a medida que los jóvenes regresen a sus parroquias de origen de su experiencia de la Iglesia católica que es verdaderamente única y universal. Cada vez que el Santo Padre está presente la posibilidad de que algo extraordinario ocurra es grande.
Lo sé por haber yo estado en la presencia del Beato Juan Pablo II y del Papa Emérito Benedicto XVI. Cristo exudaba de las personas de ambos hombres. Ellos realmente personificaban su papel de Vicarios de Cristo en la tierra, al igual que todos y cada uno de los sucesores de San Pedro, en virtud de su cargo. Algunos han ejemplificado esa función en mayor medida y se han convertido en santos (como JPII va a ser canonizado dentro de poco, somos bendecidos de tener su ejemplo en nuestro tiempo). Es curioso cómo los medios de comunicación secular hablan de la Iglesia y del Santo Padre. Leí la semana pasada acerca de cómo, según la prensa, BXVI no era tan carismático y afable como JPII. Sin embargo atrajo constantemente multitudes más grandes que su sucesor y en cada una de esas reuniones tuvo un profundo impacto en los que estaban reunidos para verlo a él, su pastor. Cada Papa es diferente, y el Papa Francisco nos ha mostrado una nueva forma de conectarse con el mundo y de estar presente en él, del cual ahora es su pastor.
Los tres pontífices nos han mostrado un profundo amor y devoción a la Virgen, que es una parte esencial de nuestra relación con su Hijo, Jesús. El Papa Francisco inició las festividades de esta semana con una visita a la enorme Basílica de Nuestra Señora de Aparecida, que tiene lugar para 45.000 personas, y es la más visitada de todas las basílicas en el mundo dedicadas a la Virgen (es difícil creer que supera a las de Fátima, Lourdes, y Guadalupe). El Papa Francisco le dijo a la gente ahí reunida y a nosotros también:
La Iglesia, cuando busca a Cristo, llama siempre a las puertas de la casa de la Madre y le pide: «Muéstranos a Jesús». De ella se aprende el verdadero discipulado. He aquí por qué la Iglesia va en misión siguiendo siempre los pasos de María.
Hoy, en vista de la Jornada Mundial de la Juventud que me ha traído a Brasil, también yo vengo a llamar a la puerta de la casa de María —que amó a Jesús y lo educó— para que nos ayude a todos nosotros, Pastores del Pueblo de Dios, padres y educadores, a transmitir a nuestros jóvenes los valores que los hagan artífices de una nación y de un mundo más justo, solidario y fraterno. Para ello, quisiera señalar tres sencillas actitudes: mantener la esperanza, dejarse sorprender por Dios y vivir con gozo.
Luego pasó a explicar cómo aprendemos estas actitudes de Nuestra Señora. Ella es nuestra guía más segura a Jesús, y es el ejemplo más perfecto de lo que significa ser un discípulo. La semana antepasada celebramos la fiesta de Nuestra Señora del Carmen. Inscribí a casi 500 personas en el Escapulario de Nuestra Señora. Un signo de su amor y protección maternal, el escapulario es un maravilloso recordatorio y signo de la presencia constante de la Virgen con nosotros sus hijos. Ella quiere ayudar a cada uno de nosotros a confiar en el plan que Dios tiene para nosotros, dándonos una esperanza que nadie nos puede quitar. Con esa esperanza, siempre estamos abiertos y buscando cómo Dios va a trabajar en nuestras vidas día a día. Atentos, vemos cómo Dios está actuando y nos llenamos de gozo al saber lo mucho que ama a cada uno de Sus hijos.
Pax,
Padre Jack D. Shrum