Este año celebramos el Día de la Madre el 10 de Mayo con muchos de nuestros hermanos y hermanas en el resto del mundo, que festejan a las madres en esta fecha, aunque no sea Domingo. En este hermoso día reflexionamos sobre el don de la vida que se nutrió en el vientre de nuestras madres durante nueve meses antes de venir al mundo. Por esta razón damos gracias y celebramos a la mujer que nutrió esa vida y nos crió como su hijo. Para algunos de nosotros es la mujer que nos dio a luz y para otros es la mujer que nos adoptó y nos crió como a su propio hijo. ¡Cuán preciosa es esta vida que se nos ha dado!
Aún más preciada es la vida divina que se nos da a través del bautismo. Como nos dijo Jesús en el Evangelio del Domingo pasado: "Yo soy la vid y ustedes los sarmientos". Por el bautismo hemos sido injertados en la vid y tenemos Su vida divina sosteniéndonos y nutriéndonos en la Eucaristía. Esto me recuerda la visita apostólica del Papa Emérito Benedicto XVI a América en 2008. Yo estaba en Nueva York en el seminario con cerca de 30,000 jóvenes y 5,000 seminaristas y religiosos. En su discurso, dijo,
"Queridos jóvenes, quisiera añadir por último una palabra sobre las vocaciones. Pienso, ante todo, en sus padres, abuelos y padrinos. Ellos han sido sus primeros educadores en la fe. Al presentarlos para el bautismo, les dieron la posibilidad de recibir el don más grande de su vida. Aquel día ustedes entraron en la santidad de Dios mismo. Llegaron a ser hijos e hijas adoptivos del Padre. Fueron incorporados a Cristo. Se convirtieron en morada de su Espíritu. Recemos por las madres y los padres en todo el mundo, en particular por los que de alguna manera están lejos, social, material, espiritualmente. Honremos las vocaciones al matrimonio y a la dignidad de la vida familiar. Deseamos que se reconozca siempre que las familias son el lugar donde nacen las vocaciones" (Encuentro con jóvenes y seminaristas, Nueva York 2008).
La vida divina que Dios nos ha concedido y con la que somos llenados en el bautismo se nutre en la familia. Nuestros padres y madres son responsables de fomentar esa vida de manera que cada uno de nosotros crezca para ser el hombre o la mujer que Dios quiere que seamos. La vocación a la que hemos sido llamados, ya sea para el matrimonio, las órdenes sagradas, o la vida religiosa empieza en el bautismo y se nutre en la familia, ya que es en la familia donde primero experimentamos la libertad de ser lo que hemos sido creados para ser. Es en la familia donde nos enteramos de que hemos sido creados para amar. Nuestros padres nos lo enseñan por la forma en que dan su vida por nosotros. Hoy, de una manera única y especial, honramos el amor femenino y tierno de nuestras madres, que nos nutre y nos ha ayudado a convertirnos en los hombres y mujeres que somos.
Nuestra Madre del Perpetuo Socorro, ruega por nosotros.
Padre Jack D. Shrum