Fragmento de Evangelii Gaudium, La Alegría del Evangelio
Exhortación Apostólica del Papa Francisco
II. La dulce y confortadora alegría de evangelizar.
9. El bien siempre tiende a difundirse. Toda experiencia auténtica de verdad y de belleza busca por sí misma su expansión, y cualquier persona que viva una profunda liberación adquiere mayor sensibilidad ante las necesidades de los demás. Comunicándolo, el bien se arraiga y se desarrolla. Por eso, quien quiera vivir con dignidad y plenitud no tiene otro camino más que reconocer al otro y buscar su bien. No deberían asombrarnos entonces algunas expresiones de san Pablo: «El amor de Cristo nos apremia» (2 Co 5,14); «¡Ay de mí si no anunciara el Evangelio!» (1 Co 9,16).
10. La propuesta es vivir en un nivel superior, pero no con menor intensidad: «La vida se acrecienta dándola y se debilita en el aislamiento y la comodidad. De hecho, los que más disfrutan de la vida son los que dejan la seguridad de la orilla y se apasionan en la misión de comunicar vida a los demás»[4]. Cuando la Iglesia convoca a la tarea evangelizadora, no hace más que indicar a los cristianos el verdadero dinamismo de la realización personal: «Aquí descubrimos otra ley profunda de la realidad: que la vida se alcanza y madura a medida que se la entrega para dar vida a los otros. Eso es en definitiva la misión»[5]. Por consiguiente, un evangelizador no debería tener permanentemente cara de funeral. Recobremos y acrecentemos el fervor, «la dulce y confortadora alegría de evangelizar, incluso cuando hay que sembrar entre lágrimas […] Y ojalá el mundo actual —que busca a veces con angustia, a veces con esperanza— pueda así recibir la Buena Nueva, no a través de evangelizadores tristes y desalentados, impacientes o ansiosos, sino a través de ministros del Evangelio, cuya vida irradia el fervor de quienes han recibido, ante todo en sí mismos, la alegría de Cristo»[6].
Bonum est diffusivum sui
Como el Dr. Owen Cummings nos recordaba repetidamente en nuestras numerosas clases de Teología con él, el bien es difusivo de sí mismo, se transmite a sí mismo. Nuestro Santo Padre, el Papa Francisco, trae esta idea al comienzo de su Exhortación Apostólica. Él está señalando claramente desde el principio la naturaleza del bien, cuya fuente se encuentra en el Buen Dios que lo creó todo y por quien el bien fue restaurado en Jesucristo, Su hijo. Naturalmente el bien busca crecer dentro de nosotros. La vida de Dios y la luz que Él nos ha dado está destinada a ser alimentada y compartida.
"Señor, ya puedes dejar morir en paz a tu siervo, según lo que me habías prometido, porque mis ojos han visto a tu Salvador, al que has preparado para bien de todos los pueblos, luz que alumbra a las naciones,
y gloria de tu pueblo Israel". Lucas 2, 29-32
Al celebrar este Domingo la Presentación del Señor en el templo, escuchamos al hombre justo y piadoso, Simeón, proclamar estas palabras con gran gozo. Cristo es la luz que vino al mundo, la luz que ilumina los corazones y los mueve al bien. Cristo es la luz que disipa las tinieblas de la duda y el miedo, la luz que ahuyenta la noche de la desesperación. En Su luz vemos lo que realmente somos y entonces somos capaces de ver el bien en los otros. Cuanto más cuidamos ese bien en nosotros mismos, más somos capaces de compartirlo con los demás. Con todo su corazón Simeón anhelaba ver al Salvador, y Dios le concedió esta gracia. La luz que brilló ese día en el templo para Simeón, brilla ahora para nosotros los que creemos y cuanto más tratamos de vivir en la luz de Su bondad, más veremos.
Padre Jack D. Shrum